Debido al desaseo, las malas condiciones sanitarias y al riesgo de sufrir anegamientos por encontrarse en un lugar bajo (y por la conclusión del canal de Bellavista, que colgaba sus aguas inmediatamente bajo de él), de este primer cementerio, el Intendente de la Provincia, Juan Melgarejo, se propuso construir un cementerio digno, ordenándolo erigir el 28 de abril de 1842. Producto del interés de la población para su emplazamiento, fue nombrado una comisión para recolectar erogaciones voluntarias.
Aun no concluido el nuevo cementerio, se ordenó que los restos se trasladasen gratuitamente al osario, cuya faena se encomendó a los presos, sin perjuicio de que algunas familias exhumaran a sus deudos y los colocaran en las sepulturas que habían comprado en el nuevo cementerio.
El 28 de agosto de 1843, se ordenó hacer carteles que especificaran el tiempo de tres meses para las exhumaciones de los cadáveres que aún quedaban sepultados en el antiguo panteón y que debían ser conducidos al nuevo.
Este nuevo cementerio se situó al oriente de la ciudad, sobre la meseta del cerro denominado Santa Lucía. Más específicamente en el comienzo del llano de Bellavista, en un terreno cedido gratuitamente por Joaquín Vicuña, cuya superficie es de 157 áreas.
La totalidad de su frente está edificado de piezas altas de dos aguas, con techos de madera, teniendo al centro la capilla con una modesta torrecilla y en su interior un altar central y circular. En ese entonces, contaba con un depósito, sala de disección y muchos aposentos, además de los necesarios para los empleados, integrados por un capellán, un mayordomo y dos sepultureros, que hacen las veces de conductores de cadáveres, jardineros, etc. El lugar era vigilado por un administrador, funcionario municipal, que desempeñaba el cargo en forma gratuita.
Su interior estaba dividido en dos partes. La primera, a su vez subdividida en dos, estaba reservada a las sepulturas de primera y segunda clase. La segunda, más pequeña, contiene el osario, las sepulturas de caridad y las cocheras para carrozas y carretón.
Los jardines y los árboles de dolientes ramajes, como el sauce de Babilonia o llorón, le daban un aspecto agradable, desterrando en parte la tristeza que genera una visita a lugares de esta naturaleza.